La interpretación y representación de la muerte en Ánimas de día claro de Alejandro Sieveking.
Marcela Henríquez Aravena
Magíster en Literaturas Hispánicas
RESUMEN:
En la obra dramática Ánimas de día claro (1962) confluyen una serie de elementos propios de la cultura popular y de su particular manera de entender el proceso de la muerte. En este artículo se presentan los mecanismos de representación utilizados por su autor, Alejandro Sieveking, para presentar estos elementos y transformar a las ánimas en personajes literarios dotados de sentimientos y deseos, traspasando rasgos característicos del saber y las creencias del pueblo al ámbito teatral, restándole dramatismo a la muerte y estableciendo el triunfo de la vida sobre ella.
Palabras claves: Cultura popular, creencias, religiosidad popular, teatro, vida, muerte, ánimas, deseo, amor.
ABSTRACT:
A series of proper elements of the popular culture and its particular way to understand the process of death converge in the dramatic work Ánimas de día claro (1962). This article presents the mechanism of representation used by its author, Alejandro Sieveking, for representing these elements and to transform “ánimas” in literary character endowed with feelings and wishes, transforming typical features of knowledge and beliefs from the town to theatrical ambit, reducing drama of death and establishing the victory of life for over her.
Keywords: Popular culture, beliefs, popular religiousness, theatre, life, death, “animas”, wish, love.
Introducción
La muerte ha suscitado, a lo largo de la historia, un inagotable número de interpretaciones y manifestaciones en distintos ámbitos de la vida y la cultura de los pueblos. La muerte se acepta, se niega, se resiste, se investiga, pero en ningún caso se ignora, ya que incluso el no hablar de ella, es otra forma de abordarla. La muerte está ahí, presente, como un punto de unión entre los humanos, sin embargo, su interpretación y la relación que se establece con ella difiere de un lugar a otro, de una cultura a otra, de una época a otra y de una persona a otra.
La cultura popular, dentro de este ámbito, establece un código particular para entender e interpretar este fenómeno de la vida, estableciendo un culto a la muerte particular, en donde la creencia en otra vida después de ella es el pilar fundamental y el que da origen a costumbres como la creación de “animitas” y la férrea creencia en la existencia de ánimas que comparten con nosotros este mundo. Esta visión específica de la muerte ha encontrado un espacio en la obra teatral Ánimas de día claro
[1] (1962) de Alejandro Sieveking
[2].
Creencias como la existencia de ánimas son, en muchos casos, el resultado de la religiosidad popular que está presente en la cultura del pueblo como una verdad paralela a la verdad oficial y que se mantiene presente desde el periodo de la conquista española hasta nuestros días. Esta religiosidad nace a partir de la unión de culturas y se manifiesta a través de una forma especial de vivir la fe religiosa, que, en ocasiones, se aleja de los dogmas más tradicionales de la Iglesia, pero que en la práctica no atenta contra ésta.
La obra Ánimas de día claro (1962) trae a la literatura rasgos propios de la identidad cultural del pueblo, matizándolos con elementos pertenecientes a la tradición escrita para dar origen a esta pieza teatral fascinante, pero al mismo tiempo muy cercana a la idiosincrasia popular, la cual suele mantener en un mismo plano elementos de magia y realidad.
El folclor y sus creencias en la obra de Alejandro Sieveking
Alejandro Sieveking (1934) comienza su producción literaria en la década de los 50. Desde ese entonces se trasformó en uno de los dramaturgos más prolíficos de su generación, a la cual pertenecen, además, Jorge Díaz, Egon Wolf, Sergio Vodanovic, Luís Alberto Heiremans y María Asunción Requena, entre otros, quienes en conjunto dan vida a uno de los momentos más importantes del teatro chileno
[3].En Ánimas de día claro (1962), obra que es parte de la producción con rasgos folclóricos del autor, confluyen una serie de elementos propios de las tradiciones del pueblo a lo largo del país con distintos matices, manifestaciones y elementos de magia en sus múltiples formas de expresión.
Sieveking recoge, en Ánimas de día claro, una serie de historias anónimas de muchos lugares del territorio nacional. Historias que suelen referirse a situaciones especiales o creencias arraigadas en el imaginario de la cultura popular. El autor lleva estas creencias, propias del folclor literario anónimo y oral, al espacio de la literatura escrita, traspasándolas de un mundo a otro, inyectando sensibilidad y sutileza al lenguaje popular para dar vida a una obra mágica.
Sieveking demuestra, en su texto, un conocimiento profundo del mundo rural al ser capaz de reproducir su lenguaje, sus costumbres, tradiciones y creencias en forma fiel, pero poética, entregando al lector una visión especial de este espacio, alejándose de la caricatura que en ocasiones suele restarle importancia y valor al mundo de las tradiciones populares.
En este caso el autor recoge una forma de vida y una manera particular de apreciar lo real que se concibe, principalmente, en los sectores rurales de nuestro país, manteniendo durante toda la historia una visión no estereotipada de este mundo a pesar de la recurrencia del tema y de los personajes que se mueven en la escena.
En Ánimas de día claro, el autor logra una comunión con el mundo popular, con sus costumbres, sus creencias, su lenguaje y su forma particular de vivir la religiosidad y los elementos que se desprenden de ella. Los mecanismos propios que configuran el mundo de la cultura popular nacen en este dramaturgo como un instinto, como parte de una transformación.
A propósito de la fluidez con que nace en él la esencia de lo folclórico, Sieveking señala
[4]:
“A lo mejor lo capté o a lo mejor tengo un don en ese sentido de captar cosas esenciales sin estudiarlas porque cuando estudiaba las cosas como en Manuel Leonidas Donaire y las cinco mujeres que lloraban por él (1985), que es la obra sobre Chiloé, yo no llego a ese nivel (al de Ánimas de día claro), porque ahí entra a la mente el estudioso y el estudioso enfría de alguna manera lo que toca, si no lo tienes super incorporado a ti, tu alma en la obra no puede fluir”.
Con sus palabras Sieveking apunta a un valor fundamental para la comprensión de los fenómenos denominados populares, como en este caso ocurre con la literatura nombrada de esta forma. Esta no puede fluir como una construcción estética dogmática, ajustada a estructuras o parámetros institucionalizados a través del canon. Incluso cuando dichos parámetros provienen de su mismo ámbito es así. Ello porque la cultura popular se rige por leyes que nada tienen que ver con lo académico. En algunos casos, como el de las ánimas en particular, obedecen más a lo religioso o ritual.
Sin embargo, las motivaciones que llevaron a Sieveking a crear esta obra, van más allá del deseo de incursionar en el ámbito del folclor. Según palabras del autor la obra nace a partir de un cúmulo de situaciones en las que se mezcla el amor, experiencias personales en relación a la muerte, su niñez en zonas rurales de Chile, situaciones familiares, además de un gran gusto personal por el misterio. Todos estos elementos se unieron en un momento determinado de su existencia para dar vida a una pieza teatral de alto valor estético.
El autor, por ejemplo, recuerda haber tenido en su niñez una experiencia muy cercana con la muerte: un accidente en la nieve lo mantuvo por mucho tiempo al borde de la muerte, de la cual fue rescatado gracias a la obstinación de su madre por vencer los pronósticos médicos. Esta experiencia vital cambió para siempre su visión de esta realidad como algo terrible a lo que había que temer. Afirma, por el contrario, haberse liberado de esa carga y seguir sus días con tranquilidad porque de alguna forma la muerte ya se había acercado a él.
Otro elemento altamente significativo en la construcción de la obra es el tema, ampliamente conocido, de la casa abandonada. Se podría afirmar que en Chile no existe una sola ciudad, pueblo o zona rural donde no exista o haya existido una casa sin habitantes o de aspecto tenebroso que provoque una amplia gama de historias o supuestos sucesos ocurridos en torno a ellas o a los que se atrevan a ser sus moradores. Estas historias pasan a formar parte de la tradición y van creciendo a través del paso del tiempo.
El teatro con características folclóricas de Sieveking está impregnado por estas creencias propias de la cultura popular y de su religiosidad, ya que principalmente estos son los elementos que constituyeron la base para la construcción literaria de Ánimas de día claro.
La religiosidad popular
La religiosidad popular se manifiesta a partir de la conjunción de elementos sagrados y paganos que originan una particular forma de entender el mundo. Ella permite la unión de elementos divergentes, ya que relaciona en un mismo plano preceptos de la religión oficial y de las supersticiones de los pueblos. Este hecho tiene sus orígenes en el choque cultural que se produjo en el momento de la conquista española, en donde se trató de imponer el catolicismo sobre una base religiosa poco asentada y abierta a distintas manifestaciones de culto. La religión oficial debió, por lo tanto, convivir con prácticas rituales más cercanas al paganismo, pero que no atentaban directamente contra la fe que querían inculcar los grupos más tradicionales de la Iglesia. De esta forma, se comenzaron a aceptar las tradiciones surgidas en el pueblo como una particular manera de vivir la espiritualidad.
Una de las formas de expresión más interesantes, dentro de este contexto, es la relación de dicha religiosidad con la muerte, la cual se traduce en una serie de manifestaciones que se pueden apreciar a lo largo y ancho del país. Es muy habitual, por ejemplo, ver en los caminos y carreteras de Chile llamativos recordatorios fúnebres en forma de casitas con velas encendidas instaladas en los lugares de muertes, generalmente accidentales. Estos lugares de animitas, se han convertido en un paisaje habitual en muchos lugares del país.
Las animitas, según la tradición popular, se colocan para garantizar el descanso eterno del muerto, ya que se cree que las personas que mueren en forma trágica o producto de un hecho inesperado no estaban listas para partir y por eso su alma se queda “esperando”.
“Nace una animita por misericordia del pueblo en el sitio en el que aconteció una mala muerte” (Oreste Plath, 1993).
El desarrollo de las ciudades y los pueblos en la actualidad no ha podido enterrar esta costumbre. Las carreteras de Chile están “adornadas” por muchas de estas “casitas en recuerdo de un muerto” y llama la atención el respeto que se tiene por ellas de parte de quienes ni siquiera llegan a entender su real significado. Este hecho queda testimoniado con la construcción de nuevas y modernas autopistas que, generalmente, no destruyen estos lugares de culto y los dejan casi intactos a pesar de que algunos se encuentren en situación de abandono.
La interpretación y representación de la muerte según la religiosidad popular da paso a ritos y supersticiones que permanecen en muchos lugares a pesar del paso del tiempo, del desarrollo de los pueblos y la modernización de la sociedad. Sin embargo, prácticas como las mencionadas anteriormente, han ido perdiendo importancia en conjunto con los ritos en torno a la muerte en general, debido a que uno de los elementos de la condición posmoderna es el ocultamiento del muerto, siendo cada vez más breve el proceso de velatorio y su funeral.
La creencia en ánimas
La creencia en ánimas está estrechamente vinculada con otra: la fe en la existencia de un Purgatorio. En la teología católica, este es un lugar transitorio de limpieza y expiación donde, después de su muerte, las personas tienen que limpiar sus culpas para poder alcanzar el cielo, siempre y cuando los pecados cometidos no hayan sido en ofensa directa a Dios, ya que de haber ocurrido esto el lugar natural sería el infierno
[5].
En la cultura popular se denomina ánimas a las almas de los muertos que están en el Purgatorio. Se representan con características similares a las de su apariencia en vida y su existencia sigue repercutiendo directa o indirectamente en la vida de los humanos.
Esta creencia es el motivo conductor de Ánimas de día claro, ya que las acciones que se suceden están regidas por la presencia de estos seres que Sieveking transforma en personajes teatrales y que, precisamente, son las únicas habitantes de una casa abandonada.
Las ánimas de Sieveking
Las ánimas de Sieveking se alejan del patrón convencional en la medida que su lugar de espera o purificación no es el purgatorio “tradicional”, sino la propia tierra. Es su propio hogar el espacio donde esperan su paso al cielo. La limpieza del alma consiste, en este caso, en cumplir un deseo que ha quedado inconcluso en sus vidas.
“Parece que la gente que se muere sin hacer lo que más quería, el alma se les queda pegá en la tierra, esperando. Y parece, también, que no pueen descansar hasta que se cumple lo que estaban esperando”
(1962: 20).
La obra cuenta la historia de cinco hermanas que siguen habitando su casa a pesar de estar muertas. No han podido abandonar la tierra porque en vida no lograron cumplir con un deseo vital en sus existencias. En este sentido las ánimas adquieren una nueva condición: su imposibilidad de abandonar la tierra luego de la muerte, transformando los dominios del que en vida fuera el hogar familiar en un purgatorio terrenal. Sieveking embellece así el dramatismo de la muerte transformando la espera de la purificación del alma en la espera del cumplimiento del deseo anhelado.
Las cinco hermanas se encuentran en dicha situación durante muchos años hasta la llegada de Eulogio, un joven que humaniza a las ánimas hasta el punto de hacer nacer en una de ellas sentimientos impensados, incluso por ellas mismas. Se establece, de esta forma, una especial relación entre la vida y la muerte, una transgresión de los cánones tradicionales de lo posible y lo explicable bajo los parámetros convencionales de entender el mundo.
La llegada de Eulogio hace que cada una de las hermanas vaya cumpliendo el deseo que las tiene retenidas. Van dejando la tierra para irse al cielo, cada una por alguna circunstancia particular, ya que logran satisfacer aquella necesidad o carencia que tuvieron en vida y que, en general, correspondían a asuntos triviales, pero que para ellas cobraba una importancia fundamental. Sin embargo, estas partidas son secundarias en relación al lazo afectivo que se establece entre Bertina, una de las ánimas y protagonista de la obra, y Eulogio, el joven que llega a revolucionar la permanencia en la tierra de estos especiales seres.
Sieveking transgrede el espacio de lo comprensible bajo la lógica para poner en escena y en un mismo nivel personajes pertenecientes a ámbitos y mundos distintos que difícilmente podrían tener cabida en la realidad. La transgresión, sin embargo, no es sólo producto de la ficción literaria. Al contrario, la situación presente en el texto encuentra su explicación en la realidad. La creencia en ánimas es parte de la vida real, ya que no son pocos los que creen en ellas e incluso aseguran haberlas visto o haber mantenido algún tipo de contacto con ellas. Desde esta perspectiva un encuentro entre un vivo y un muerto cobra sentido.
Alejandro Sieveking le otorga a las ánimas la capacidad de transformarse en personajes literarios, sacándolas de su mundo para colocarlas en la literatura tradicional con una mirada más humana y espiritual, presentando una visión del mundo popular en el que llena de belleza una creencia de su particular religiosidad. Estas ánimas no se están quemando en las llamas del Purgatorio y no son seres horribles, sino dulces, dotadas de ternura, de alegría, de entusiasmo y, paradójicamente, de vida.
Otro elemento importante en la estética de las ánimas de Sieveking es la falta de culpa por los pecados cometidos sin atentar contra su fe religiosa, dejando atrás las faltas en beneficio de su felicidad. Bertina desea conocer el amor y está dispuesta a lograrlo a pesar de las consecuencias que esta acción podría traer para la salvación de su alma y su paso al cielo. Por lo tanto, las ánimas de Sieveking se envuelven en un lazo de sensibilidad y humanidad que les permite una relación armónica con el mundo de los vivos, haciendo de la tierra su lugar de espera y cortando para siempre con los límites que se suelen asignar entre la vida y la muerte.
El amor como superación de la muerte
La visión del amor presente en Ánimas de día claro es otro factor que posibilita la transfiguración de las ánimas en personajes literarios, ya que éstas, sienten, sufren y desarrollan ilusiones que tratan de trasformar en realidades. Esta metamorfosis encuentra cabida en el espacio de la literatura, gracias a que este elemento constituye un pilar fundamental en su historia a través del tiempo.
Bertina ansía profundamente ser besada, ya que piensa que ese es el deseo no cumplido que la retiene en la tierra y pese a todas las advertencias que Luzmira, su hermana y consejera, le hace por temor a la transgresión de las leyes naturales que este acto implicaría, la joven lucha incansablemente hasta lograr su sueño.
Surge entre Bertina y Eulogio un sentimiento especial, que en primera instancia se mantiene en el ámbito de la ilusión para luego concretarse mediante el anhelado beso de amor. Sin embargo, en cuanto el deseo es concretado la ingenuidad y sutileza de esta ambición da un vuelco impensado cuando ingresa a la obra el deseo carnal explícito de un muerto hacia un vivo.
La imposibilidad de concretar su amor para los protagonistas y el surgimiento de una esperanza en el futuro transforma la ilusión de esta pareja en un amor poético, que rompe las barreras temporales y que se proyecta más allá de la complejidad de sus circunstancias. A partir de la promesa mutua de los amantes la muerte desaparece como una barrera que impide la felicidad de los jóvenes. Al contrario, ella será la unión definitiva que los amantes necesitan para aprehender su deseo.
Por lo tanto, por medio del amor la muerte pierde su dramatismo y es superada al extenderse este sentimiento más allá de ella. La obra termina con una visión redentora del amor y con la promesa de un reencuentro posterior entre los amantes, que sólo se concretará con la muerte de Eulogio, pero que él no puede apresurar. El autor logra así dar un final poético a la historia y cargarla con una esperanza que, por lo general, la cultura seria le ha quitado a la muerte.
El amor viene, entonces, a dar esperanza en uno de los grandes enfrentamientos presentes en la humanidad. George Steiner lo reconoce como uno de los que forman parte fundamental de la literatura: el enfrentamiento entre los muertos y los vivos. Este ya no es más motivo de conflicto porque el amor, que aflora entre personajes pertenecientes a dos mundos distintos, logra unirlos desde la perspectiva de la cultura popular.
Ánimas de día claro es una pieza teatral que logra trasladar el mundo de la cultura y la religiosidad popular al espacio literario transformando a las ánimas en personajes sensibles y humanizados por medio de la teatralidad, capaces de entablar relaciones afectivas con personas “de un mundo distinto al de ellas”, alejándose de la tragedia y lo sombrío, estableciendo el triunfo de la vida sobre la muerte.
La risa desconocida: la risa del muerto
“Sólo los muertos no ríen. Pero pueden renacer gracias a la risa.”
Luis Beltrán. La imaginación literaria.
Las hermanas protagonistas de Ánimas de día claro (1962), desean experimentar emociones que las empapen de la alegría de la vida, sin embargo, están muertas. La llegada de Eulogio, además de permitir que cada una de ellas cumpla el deseo que las retenía en la tierra, posibilita que las ánimas recuperen la alegría perdida a través de situaciones festivas generadoras de la risa y liberadoras de las ataduras de la muerte: las ánimas vuelven a cantar, bailar , reír y sentir deseo erótico
[6]. Se embriagan a través de la místela y del regocijo encontrando un nuevo sentido a su especial forma de existencia.
Gracias a la fiesta que improvisan para animar a Eulogio emerge nuevamente en ellas la risa que anuncia la vida venciendo las barreras de la muerte y permitiendo que olviden su estado por medio de ella. Lo anterior es posible gracias al mundo en que estas ánimas se mueven: el mundo popular, ya que en él la risa se transforma en la liberación total frente a la seriedad, incluso frente a la seriedad de la muerte. Según Luis Beltrán (2002): “La risa ritual del folclore tendría ese carácter mágico reproductor de la vida. Esa risa niega la muerte como final”. Esta situación le da sentido a la historia de las ánimas de Alejandro Sieveking, de la misma manera que se la da el amor antes mencionado, pues de alguna forma risa y amor están conectados en el origen de la vida y son parte de la plenitud de la existencia.
Pese a los intentos de la cultura oficial por mantener la risa en un plano menor, ésta ha ocupado un lugar fundamental incluso en el ámbito que menos se espera: el ámbito de la muerte, ya que en esta circunstancia la risa “es una demostración de piedad que convierte la muerte en un tránsito a un nuevo renacer” (Beltrán 2002:243). Este renacer de las ánimas cambia el sentido de la espera y el deseo inconcluso se resuelve en la medida que se presenta ante ellas la alegría de lo simple como le ocurre a una de las hermanas que vio su deseo realizado cuando pudo nuevamente saborear la mistela que tanto quiso antes de morir. Deseo del cual no tuvo conciencia, sino hasta el momento que vuelve a disfrutar del brebaje que en vida le causaba tanta felicidad y que le permite, después de muerta, sentirse como nunca antes se había sentido. Entonces, la risa que acompaña el renacer de las ánimas se transforma en un elemento de continuidad entre la vida y la muerte, en donde la igualdad es el principio unificador que elimina la distancia entre ambos estados, permitiendo que la tierra se transforme en un mundo de simetría a pesar de pertenecer sus habitantes a esferas distintas.
En Ánimas de día claro la alegría de la fiesta y del amor transfigura la seriedad de la muerte y permite que personas vivas y muertas puedan convivir en armonía, estableciendo en la tierra un plano igualitario de interacción en el cual no existen diferencias y en donde la risa destruye los designios separadores entre la vida y la muerte.
Bibliografía
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[1] Fue estrenada por el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (ITUCH) en el teatro Antonio Varas, el 18 de mayo de 1962, bajo la dirección de Víctor Jara.
[2] Dramaturgo, director de teatro y actor chileno. Nació el 7 de septiembre de 1934 en la comuna de Rengo. Participó como actor en montajes del Instituto del Teatro (actual Teatro Nacional), ICTUS, Teatro de la Universidad Católica, Teatro del Ángel y Teatro Itinerante. Fue uno de los fundadores del Teatro del Ángel, tanto en Santiago como en San José de Costa Rica, país donde trabajó durante once años en el exilio. En 1974 obtuvo el premio "Casa de las Américas" con la pieza "Pequeños animales abatidos". Trabajó en diversos proyectos con Víctor Jara, entre ellos, en su disco "La Población".
[3] Este momento vio la luz gracias a la denominada generación del 50. En el ámbito del teatro, este grupo de autores y autoras comenzó a estrenar sus obras a mediados de esa década, muchas veces al amparo de los teatros universitarios de la Universidad de Chile, Católica y de Concepción. En ellos se dieron muchas tendencias y estilos distintos, aún cuando les fue común la construcción de dramas y comedias de carácter problemático, críticas de la sociedad de su tiempo e indagadores en lenguajes teatrales de formato europeo. Se trata del grupo de dramaturgos más importante de nuestra historia, no sólo por la calidad de sus obras, sino por la cantidad de producciones de cada uno.
[4] En entrevista concedida a la autora de este trabajo en diciembre de 2007.
[5] En el capítulo IV del Catecismo de la Iglesia Católica se estipula lo siguiente: “Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con el nombre de “infierno”.
[6] La incorporación del plano material del amor en la obra es propio del fenómeno denominado realismo grotesco. Al respecto Bajtin señala: “En el realismo grotesco, el elemento espontáneo material y corporal es un principio profundamente positivo que, por otra parte, no aparece bajo una forma egoísta ni separado de los demás aspectos vitales. El principio material y corporal es percibido como universal y popular.” (Bajtin 1990:18)